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Sandra Mahon – Ese punto azul pálido

“(…) Nuestro planeta es un solitario grano de polvo en la gran penumbra cósmica que todo lo envuelve (…). La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, en este momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos. Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad, y yo añadiría que también forja el carácter. En mi opinión, no hay mejor demostración de la locura que es la soberbia humana que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, recalca la responsabilidad que tenemos de tratarnos los unos a los otros con más amabilidad y compasión, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que jamás hemos conocido.” Carl Sagan (1990)

 

La artista plástica Sandra Mahon se acerca a la pintura desde un lugar peculiar. Su obra transita caminos variados si pensamos en términos de experimentación material, pero desde lo conceptual, su trabajo responde a una búsqueda recurrente -y muy lejos de estar agotada- que aproxima a las posibles lecturas que involucran la relación del hombre con su entorno, con su continente, con el  mundo que lo sostiene,  literalmente.

 

Hace varias décadas,  Carl Sagan se refería al planeta Tierra como un “ese punto azul pálido”,  aparentemente insignificante, cuando se lo veía fotografiado como una pelusa en la vía láctea.  Sin embargo, en ése punto insignificante se desarrolló y  desarrolla todo cuanto conocemos en general. Y si bien no puedo decir que Sandra Mahon tuviera esta premisa en  cuenta,  sí puedo afirmar que su formación docente y vocación de servicio,  su conocimiento de primera mano de la lengua como profesora de idioma y su alta sensibilidad creativa, la convierten en una persona receptiva a todos los posibles modos desintetizar en su obra la importancia que ella le otorga a lo didáctico, el rol de lo humanitario y el trabajo colectivo y la pincelada manejada bajo una variedad de técnicas que dan cuenta todas ellas de un estilo personal que supo ir desarrollando,  más allá de su paso por los talleres de artistas como Juan Doffo, Emilio Fatuzzo y las clínicas con teóricos del arte. Así lo expresa la artista: “A veces pienso que hago arte como un medio; para concientizar, para soñar rescatar este mundo, para mostrar lo valioso que es. Otras veces pienso que hago arte y descubro una puerta a otra dimensión y mi llave es el pincel. Siento que el pincel es la única herramienta que me ayuda a sacar afuera lo que llevo en lo más profundo de mis venas y empecé a usarlo para expresar aquello que no puedo con palabras, ni con llaves mágicas.”

Basta pasar revista a algunas de las series que viene desarrollando a lo largo de los últimos cinco años para acercarnos -ya desde sus títulos- a ese universo donde la artista observa de forma crítica, con una nostalgia activa, reflexiva, una realidad que se repite sistemáticamente en la relación que establece el hombre con el planeta: muchas veces combativa, de confrontación,  agresiva y hostil pero también donde se vislumbran gestos amorosos que buscan reparar las fracturas.

 

Tomemos por ejemplo la serie Mundos no tan lúcidos la cual nos lleva a territorios imaginados, inventados, soñados tal vez, donde la referencia del tiempo y espacio son laxos, inaprehensibles y se sostienen en una eternidad mínima, en un oxímoron perfecto que se debate entre un instante y un “para siempre”. La dinámica consta de una instancia de chorreado azaroso la cual dá pie a una intervención controlada del pincel; es decir que a partir de un principio puramente gestual e incontrolable, el trabajo plantea un diálogo entre la pasión y la razón que pone coto al desborde.

 

El Todo en el vacío le da la voz al silencio y lo hace protagonista del relato. Como en casi todos los casos, las obras de Sandra trabajan el óleo con la tela como soporte. En este caso la tela se convierte en una matriz donde no hay cara principal y revés, sino que se invierte, se desdobla y recibe los pigmentos contando distintas historia, dando pie a que la obra se exprese aun en esos espacios supuestamente más silenciosos, fuera de escena.

 

Si pasamos ahora a las series más recientes, la referencia a una trascendencia más allá de nuestra propia existencia, se afianza.  La serie La Pequeña Inmensidad pone el acento en los desencuentros que el hombre provoca entre él y el planeta; la inmensidad se percibe desde una mirada que se aleja en el espacio -así como la mirada de Sagan sobre una tierra fotografiada por el Voyager 2   desde Neptuno, a miles de millones de kilómetros de distancia- y nos invitaba a tomar conciencia. Las obras de Sandra emulan   una mirada omnipresente sobre paisajes inventados que nuestra percepción asocia rápidamente con imágenes satélites y hasta podemos “ver” -y creemos reconocer- algunos de esos paisajes. Aquí una nueva materialidad asiste al óleo porque la artista experimenta con el volumen que da el poliuretano, creando pinturas con relieve donde la ebullición dela espuma en la superficie del lienzo, invade el espacio del observador proponiendo un discurso donde lo sutil del mensaje pasa al plano de lo concreto.

 

Unir da un paso más allá en esta búsqueda por incorporar al plano distintos lenguajes plásticos. Y si bien Sandra ya había experimentado con objetos intervenidos, en esta serie las obras integran nuevos elementos a la trama compositiva: la tela es invadida por mapas antiguos, acetato, acrílico, pigmentos y tintas variadas, plásticos, resina, hilos de oro, textiles, objetos metálicos tales como ganchos de acero quirúrgico, alfileres, chinches y agujas, entre otros. En pocas palabras: todo lo que une, sutura, cose, establece lazos y recompone vínculos, es bienvenido a participar plásticamente en sus obras buscando dar con esa empresa cuasi utópica de salvar la falla establecida –muchas veces por el hombre- entre la humanidad y el planeta. Mixtura de soportes y técnicas de antaño como el kintsukuroí japonés -utilizado para unir porcelana rota con oro, convirtiendo una pieza de descarte en un objeto estético- asisten a ese espíritu ecuménico que invade la serie y hacen participar la mirada del otro cuando la artista incorpora a algunas obras pensamientos, frases y palabras de terceros, reflexiones sobre  las barreras establecidas por diversas creencias humanas, que no hace más que acentuar distancias y diferencias en lugar de integrarlas.

 

La carrera de Sandra Mahon es incipiente. Pero la seriedad con la cual asume cada desafío de forma consciente y constante, sus ganas de aprender y aprehender aquello que investiga silenciosamente, hace que los pasos sean sólidos y fundamentados. Hasta aquí, su trayectoria le reconoce –en el ámbito profesional- algunas menciones a sus obras y varias exposiciones colectivas e individuales. Pero lo más importante está en transitar la búsqueda que abra puertas hacia nuevos interrogantes; tal como ella dice: “no sé cuáles ni cuantas serán esas puertas por abrir, pero veo tantas, tantas, tantas, que no sé cuál abriré primero. Solo pido tiempo para poder abrir todas y que me queden aún más, para poder seguir mirando al horizonte y seguir ensuciando mi pincel.”

 

Que así sea.

Lic. María Carolina Baulo

Agosto 2018

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